En Pekín, los shih tzu se entregaron al Emperador y se instalaron en el Palacio Imperial. Al cuidado de los eunucos, famosos en el arte de la cría de perros. Los ubicaron en un pabellón de suelos de mármol, detrás de la colina de los diez mil años. Los sacaban a hacer ejercicio y se bañaban de forma regular.
Compartían perreras reales con el Pug y el Pekinés. Competían entre si para producir el ejemplar mas hermoso para el Emperador y sus damas. Eran muy apreciadas ciertos colores y marcas simbólicas, ningún ejemplar podía pasar de los 6 kg para poder ser parte del circulo real. Que el perro sea pequeño de hecho fue uno de los edictos reales. Muy apreciado el dorado, marcas blancas en la frente también. Por ser la marca sagrada de buda así como también la punta blanca en la cola.
Para mantener las proporciones deseadas de «león», ocasionalmente cruzaban los Shih Tzu de origen tibetano con el Pekinés Imperial. De esta manera el Shih tzu se hizo de hocico mas corto y patas mas cortas que el Lhasa Apso. Y una combinación de carácter mas profundo: valiente como un león pero muy afectuoso, fiel pero sin dejar de ser el mismo. Estas características tan especiales y únicas, similares al carácter de una persona era lo que llamaban sabiduría. Algo esencial para su forma de pensar de que deberían ser encarnaciones de seres humanos.